Diario de una psicoanalista psicodélica.
Primera entrega: Viaje hacia la vulnerabilidad y el auto-conocimiento.
Antes que nada, me presento: Soy Samanta, psicoanalista y escritora, una exploradora incansable del alma humana. A mis 30 años, mi vida ha sido un recorrido tan complejo como profundo, entrelazado con la introspección y el cuestionamiento constante. He desafiado las fronteras de lo conocido en busca de nuevas formas de entender y relacionarme con el mundo. Mi viaje ha sido, y continúa siendo, un proceso de transformación en el que la vulnerabilidad y el miedo se han convertido en herramientas esenciales que me han guiado a través de las capas más profundas de mi ser.
Hoy te invito a acompañarme en un relato distinto, uno de descubrimiento y trascendencia. Un viaje psicodélico que, aunque poco convencional, me permitió adentrarme en dimensiones insospechadas de mi ser. En este relato, compartiré cómo esa experiencia se convirtió en un espejo, reflejando no solo mis miedos, sino también mis posibilidades, invitándome a una transformación que nunca imaginé. ¿Te animás a acompañarme con una mirada desnuda de prejuicios?.
El viaje de 1000 millas comienza con solo un paso, y cada paso tiene el potencial de revelar algo nuevo, algo inesperado.
El significante "viaje".
Antes de empezar, me gustaría reflexionar sobre la palabra "viaje", un término que ha acompañado mi vida de distintas formas. ¿Qué es un viaje? Para mí, viajar es ante todo un movimiento interno, entre la mente y la conexión con el cuerpo. He aprendido que, en realidad, podemos viajar todo el tiempo, si así lo deseamos.
Viajar no es solo tomar un avión a un destino lejano. Es también sumergirse en una conversación profunda con una amiga, pasar horas explorando nuestras vidas. Es llegar cansada a casa después de un largo día, poner música y sentarme a escribir todo lo que mi mente está procesando. En psicología, a este proceso se lo conoce como diálogo interno.
Pero, ¿qué ocurre cuando dejamos de ver el viaje como llegar a un destino y lo vemos como un proceso constante?. En este proceso comencé a entender que viajar no es solo moverme hacia algún lugar, sino permitir que el viaje me transforme en el mismo acto de desplazamiento. No es solo recorrer paisajes externos, sino lanzarme a la exploración más profunda y a veces desconcertante de mi propia psique. Cada paso hacia dentro de mí misma me ha permitido conocer territorios olvidados, emociones que no había sabido abrazar, pensamientos que no había logrado escuchar. Es un viaje hacia lo desconocido, pero también hacia lo más familiar. Es una travesía de descubrimiento constante, donde cada nuevo aprendizaje abre puertas que antes ni siquiera imaginaba.
A lo largo del tiempo, este diálogo interno fue tomando formas y caracteres. Comencé a reconocer en él a personas cercanas, a familiares, a esos otrxs del lenguaje en el propio viaje. Incluso a esos “otrxs yoes” que todos llevamos dentro, que muchas veces se muestran sin previo aviso, a veces como voces críticas, otras como voces de apoyo. Aprendí a sentarme a tomar un té con cada unx de ellxs, como me dice mi psicóloga. Estxs “viajerxs internxs” no son solo ecos del pasado, sino también portadores de sabiduría, de miedos, de sueños que aún no he alcanzado. Dialogar con ellxs me permitió comprender la complejidad de lo que soy, y entender que no hay un único camino, sino múltiples senderos que confluyen en el mismo ser.
Cada quien va encontrando su manera de viajar, llevando consigo lo que resuena con su ser: una mochila o una valija llena de experiencias y emociones, aprendiendo a dejar de lado aquello que ya no sirve, aunque sin olvidarlo por completo, pues forma parte de nuestra historia. Viajar no significa solo avanzar, sino también aprender a hacer pausas, a saborear cada paso, a detener-nos en los momentos que nos enseñan más de lo que imaginamos. Cada paso es un aprendizaje, y cada obstáculo una oportunidad para redibujar el camino. Porque, al final, no es el destino lo que da sentido al viaje, sino el viaje mismo, con sus giros, sus caídas, sus silencios, y sus encuentros inesperados.
Y aunque el camino a veces se torne incierto, lleno de nubes que oscurecen nuestra vista, es en esos momentos de duda cuando el viaje más nos llama. La incertidumbre se convierte en el espacio donde se despliega la magia de lo desconocido, donde la aventura se vuelve una invitación a crecer. Porque no importa cuántas veces me detenga o me pierda, siempre hay algo nuevo que descubrir: en el mundo, en lxs demás, y sobre todo, en mí misma.
Dicho esto, ¿continuamos con el viaje?…
Microdosis y vulnerabilidad: pilares fundamentales.
En Agosto de este año, decidí embarcarme en la terapia asistida con microdosis, sin prever la magnitud de lo que estaba a punto de vivir. Lo que comenzó como una chispa débil en mi conciencia pronto se convirtió en un bálsamo inesperado, algo tan profundamente transformador que me llevó por un sendero desconocido. Al principio, las microdosis parecían solo un destello fugaz, una pincelada sobre la superficie de lo que creía conocer de mí misma. Pero pronto me di cuenta de que no era solo una intervención externa; era la llave para abrir puertas dentro de mí que nunca me había atrevido a abrir.
A lo largo de mi vida, he conocido muchas formas de enfrentar mis propios miedos, mis inseguridades, las huellas de dolor que he arrastrado por tanto tiempo. He aprendido a adaptarme, a luchar contra lo que me duele, a escudarme detrás de una fachada que me parecía fuerte, pero que con el tiempo fue revelando sus grietas. Y fue en ese instante, cuando las capas de protección comenzaron a desmoronarse, que comprendí algo que jamás había imaginado: no hay mayor sanación que la ternura, ni mayor refugio que el lazo amoroso, pero no solo hacia lxs demás, sino hacia mí misma.
En la vulnerabilidad, en ese espacio frágil y desprotegido, se esconde un poder que había estado ignorando: la autocompasión. No era suficiente con reconocer mis miedos, no bastaba con ver mis imperfecciones; necesitaba aprender a mirarme con la misma dulzura con que miraría a un ser queridx en sus momentos de dolor. La autocompasión, descubrí, no es un acto de indulgencia, sino una forma profunda de curar las heridas más profundas, aquellas que solo el amor sincero hacia unx mismx puede aliviar. Es un susurro interno que nos invita a abrazar-nos con ternura, a no huir de nuestra propia fragilidad, sino a acogerla como una parte esencial de nuestra humanidad.
Cada experiencia con micro me llevó a un encuentro más profundo conmigo misma, un proceso de despojarme de lo que pensaba que era mi identidad y de confrontar lo que había estado oculto bajo las capas de un falso self. Cada dosis fue un acto de desconstrucción, pero también de reconstrucción, una reconstrucción que no implicaba fortalecerse para protegerse, sino aprender a ser suave, a ser vulnerable, a ser humana en toda su complejidad. La autocompasión no se trataba de perdonarme por lo que había sido, sino de honrar lo que era, aceptando mis errores, mis caídas, y mis inseguridades como una parte de este viaje.
Y fue entonces, en el abrazo de la vulnerabilidad y la autocompasión, cuando descubrí la verdadera fuerza que reside en lo más profundo de nuestra humanidad: una fuerza que no se mide por lo que ocultamos, sino por la valentía de mostrar lo que somos, con nuestras imperfecciones, nuestras contradicciones, nuestros temores. Porque al final, sentir no nos debilita, nos hace infinitamente más humanxs, más reales, más capaces de amar-nos y de amar-nos con todo lo que somos.
Hoy, mirando hacia atrás, veo que el viaje hacia la autocompasión fue, en última instancia, un acto de coraje. Un coraje que no se construye con la lucha o con la batalla, sino con el reconocimiento profundo de nuestra fragilidad y la aceptación incondicional de la condición humana. Es un viaje que nunca termina, pero que cada día nos enseña a caminar con más ternura, con más autenticidad, y, sobre todo, con más amorosidad.
¿El fin justifica los medios?
Abrazar el miedo, esa emoción que antes evitaba con todas mis fuerzas, me reveló algo inesperado: el miedo no era el enemigo, sino una puerta hacia mi crecimiento profundo. No era algo que debía temer, sino algo que debía entender, un camino que me invitaba a conocerme en mis profundidades más oscuras. Este giro en mi percepción fue liberador. Me permitió reconectar con una parte de mí misma que había estado al margen, esperando pacientemente a ser escuchada. Pero lo más sorprendente de todo fue lo que vino después: una pregunta que comenzó a rondar mi mente y a desterrar las certezas de siempre.
“¿Acaso el fin justifica los medios cuando lo verdaderamente valioso no radica en el destino, sino en el transitar del camino?”
Esta creencia, que había guiado gran parte de mi vida, comenzó a desmoronarse. Durante años, me había aferrado a la idea de que los sacrificios, las tensiones y los esfuerzos valían la pena si el resultado final justificaba todo. Pero ahora, al mirar atrás y al reconocer el sufrimiento y la desconexión que muchas veces surgían de ese enfoque, entendí que el fin no es un punto estático al que debemos llegar, sino una ilusión que nos aleja del presente.
Lo que realmente importa, me di cuenta, es lo que ocurre mientras estamos en movimiento, mientras caminamos, caemos, nos levantamos. La verdadera esencia de un viaje, de cualquier proceso de transformación, no se encuentra en un destino predeterminado, sino en cada uno de los pasos que damos, en las decisiones que tomamos, en la apertura que cultivamos hacia lo que emerge en nosotros. Si el fin es la única razón por la que nos movemos, corremos el riesgo de perdernos el proceso, de despojarnos de las lecciones más importantes, las que se encuentran en el camino mismo.
Así, el cuestionamiento de esta creencia fue profundo. Me di cuenta de que la verdadera transformación ocurre cuando nos permitimos ser tocadxs por el proceso, por el dolor, por la vulnerabilidad, por la incertidumbre. Porque el camino, por más incierto y doloroso que sea, es el terreno fértil donde florece lo que realmente somos. El fin no puede ser la medida de lo que valemos, ni de lo que somos capaces de crear. La valía está en el cómo, en el cómo nos relacionamos con la vida misma, en el cómo aprendemos a caminar en nuestras sombras con la misma ternura con la que caminamos hacia la luz.
Este cambio de perspectiva no fue solo una reflexión intelectual, sino un cambio de sentido profundo que transformó la forma en que me relaciono con todo lo que hago. Hoy sé que no se trata de alcanzar un objetivo en particular, sino de ser quien soy mientras camino hacia lo que no sé. El fin no justifica los medios, porque lo verdaderamente transformador está en los medios mismos: en cómo nos entregamos a cada paso, en cómo nos dejamos tocar por cada experiencia, en cómo nos permitimos ser humanxs en todo su caos y belleza.
¿Encontraste resonancia en este relato? ¿Tuviste experiencia con microdósis? ¿Produjo algún tipo de insight en vos?
Unite en esta conversación develadora hacia una comprensión más profunda!
Continúa en 2/3
Hola Samanta! Esta bueno lo que contas y cómo lo expresas, pero no veo la parte de psicoanalista salvo cuando mencionas al Otro del lenguaje (y pensas que despejarte de tu identidad sería algo como hacer caer las identificaciones?), usas términos como "autocompasión" y "falso self" que es de otro tipo de enfoque dentro de la psicología. Hace rato estoy buscando experiencias descriptas desde el psicoanálisis más allá de la mía propia, y me gustaría leerte más en ese sentido! Espero que no suene a crítica, es solo mí lectura. Abrazo!
Si, resuena. Por acá toda una vida de Psicoanálisis cómo paciente ( desde mi infancia, en cada ciclo vital y ahora tengo 40) y cómo Psicoanálisis hace unos 13 años atendiendo) y descubrí que con los hongos llegué a lugares que con la palabra y el tratamiento habitual no tocaba. Acuerpar ciertos sentidos y sentires de otra manera. Más plena.