(Acá podes leer la primera entrega).
Posición subjetiva.
Al enfocarme únicamente en el resultado final, ¿no corrí el riesgo de sucumbir a métodos que, aunque parecieran eficaces, terminaron por socavar mi integridad y alejarme de mi esencia más humana? ¿No será que, al integrar la vulnerabilidad y el miedo en mi búsqueda, una podría descubrir que lo importante no es solo llegar sino abrazar cada paso, por arduo y desafiante que sea, como una parte inseparable de mi transformación?
Es decir, el proceso mismo, con todas sus implicancias emocionales, desafíos y descubrimientos, tiene un valor intrínseco. La forma en que elijo atravesar esos momentos define quién soy y cómo me transformo, porque en esa elección se manifiesta mi posición subjetiva, ese lugar único desde el cual me sitúo frente a lo que me acontece. No se trata solo de lo que sucede, sino de cómo lo vivo, cómo interpreto la experiencia y las herramientas internas que pongo en juego para sostenerme en la vulnerabilidad o el cambio. Es en esa posición subjetiva donde se dibuja mi transformación: un proceso en el que, al nombrar lo que me atraviesa, integro lo que fui, lo que soy y lo que puedo llegar a ser.
La revelación de mi vulnerabilidad: Insight.
El insight en psicoanálisis, implica tomar conciencia de aspectos de la propia personalidad que estaban reprimidos o fuera del alcance de la conciencia. Sin embargo, su verdadero poder transformador radica en que no solo ilumina lo desconocido, sino que genera una realización profunda, un cambio que representa un salto cualitativo. Este salto no se limita a adquirir un nuevo conocimiento, sino que re-configura la experiencia subjetiva; transforma la manera en que sentimos, comprendemos y habitamos aquello que antes nos definía desde las sombras. La realización que acompaña al insight no es solo un acto de entendimiento, sino una integración que convierte la vulnerabilidad en una herramienta de crecimiento y autenticidad.
Hasta ahora, nunca había considerado mi vulnerabilidad como algo valioso, fue una revelación tan inesperada como profunda. Durante tanto tiempo, la había subestimado, incluso evitado, sin comprender lo esencial que podía resultar para mi propio proceso de autoconocimiento. Me había empeñado en construir una imagen de fortaleza, en mostrarme in-vulnerable, en creer que si me protegía lo suficiente, podría manejar cualquier situación. Pero, en ese momento, al mirar más allá de las capas que había acumulado, me di cuenta de que esa fachada era solo eso: una máscara que me alejaba de mi verdadera esencia, algo que en psicoanálisis es denominado como falso self.
Vulnerabilidad y el vacío.
Tuve que deshacerme de capas y más capas, como si fuera una cebolla, hasta llegar a lo más profundo de mí misma. Y allí estaba, frente a mí, mi vulnerabilidad: esa parte de mí que, aunque me había protegido, al mismo tiempo me había mantenido distante de lo que realmente soy. Fue un descubrimiento sorpresivo, casi doloroso, como si toda la estructura que había construido durante años se desmoronara de golpe. En ese espacio vacío, en ese encuentro con lo que pensaba que debía evitar, me encontré con la esencia de mi ser más auténtico.
Como analizante, lo comprendí más tarde: lo que había vivido no era solo una experiencia emocional, sino un insight profundo sobre el funcionamiento de mi psique. Mi vulnerabilidad, durante tanto tiempo negada, se presentó como la llave para acceder a un lugar desconocido en mi interior. Me di cuenta de que había estado buscando en el lugar equivocado, protegiéndome de lo que más necesitaba abrazar: mi propio ser en su totalidad. El miedo, que antes había intentado evitar a toda costa, ahora me aparecía como una herramienta, no para paralizarme, sino para conectarme más profundamente conmigo misma.
Fue un proceso liberador, pero también aterrador. Cada capa que deshacía era una defensa que me protegía, pero que también me aislaba de mi humanidad más cruda. Me di cuenta de que mi vulnerabilidad no era debilidad, sino la puerta de entrada a un espacio más auténtico, más real. Lo que antes veía como una falencia, ahora lo entendía como una fuerza interior, una capacidad de ser honesta conmigo misma, de ver mis sombras sin miedo, de aceptar lo que soy sin juicio.
Un cambio radical a nivel personal y profesional.
Este insight fue un cambio radical. Mi enfoque, tanto en mi vida personal como en mi práctica profesional, se transformó. Ya no buscaba el control absoluto, ni el resultado final. Comprendí que el proceso mismo, con todos sus desafíos y obstáculos, era lo que realmente importaba. Y en ese proceso, la vulnerabilidad, el miedo, la incertidumbre, no eran barreras, sino puentes hacia una comprensión más profunda tanto de mí misma como también hacia las personas que acompaño en sus procesos.
Cuando he puesto a disposición mi saber, siempre hablé de la importancia de habitar la fragilidad, de permitirnos ser vulnerables, de ver en ello una forma de poder. Pero nunca había sentido en lo profundo de mi ser el verdadero significado de esas palabras, hasta que me enfrenté cara a cara con mi vulnerabilidad. No fue solo una lección intelectual, sino un descubrimiento visceral, una integración profunda de todo lo que hasta ese momento había considerado partes separadas de mí. Ahora, más que nunca, siento que la vulnerabilidad es la verdadera fortaleza: la capacidad de aceptar lo que soy, de mirar mis miedos a los ojos y seguir adelante, sin necesidad de esconderme tras una fachada.
Autoras como Alex Kohan me habían mostrado el camino, pero fue en mi propia experiencia donde pude entenderlo realmente. Hoy, habitar mi vulnerabilidad ya no es solo una idea teórica; es un acto de resistencia, de valentía, de autocompasión. Y, aunque sigue siendo un desafío, sé que este proceso me está transformando de formas que nunca imaginé. Cada capa que integro me acerca más a mi ser esencial, a ese lugar de donde nacen mis verdaderas fuerzas.
Vulnerabilidad: El Camino hacia el Des-cubrimiento.
La palabra vulnerabilidad proviene del latín vulnerabilis, que se traduce como "lo que puede ser herido". Su raíz, vulnus, significa "herida" o "lesión".
Etimológicamente hablando la palabra vulnerario hace referencia a remedio que cura las heridas (-ario indica pertenencia).
La vulnerabilidad es, en esencia, una entrega. Es un acto de rendición ante la vida misma, una invitación a dejarnos atravesar por lo que somos y por lo que el mundo nos ofrece, sin máscaras ni armaduras. Implica ser tocadxs, ser movidxs, ser atravesadxs, pero también nos permite habitar nuestra propia verdad con una honestidad que trasciende cualquier miedo. En mi proceso, la vulnerabilidad se fue desplegando como un territorio inexplorado, una fuerza que había estado ahí, latente, como una verdad a medias que evitaba mirar. Durante mucho tiempo creí que protegerme de ella me salvaguardaría del dolor, pero no comprendía que también me estaba privando de la experiencia más auténtica: la de sentir.
Despojarme de las capas que había tejido en torno a mi ser fue un acto de desnudez emocional, pero también de redescubrimiento. En cada estrato que caía, encontraba fragmentos de una sensibilidad que había intentado ocultar, partes de mí que clamaban ser vistas, ser escuchadas. Ahí, en lo más hondo, estaba la vulnerabilidad: no como una debilidad que debía rechazar, sino como una puerta que debía atravesar.
Y fue en ese tránsito que la capacidad de sentir emergió como un don olvidado. La vulnerabilidad no solo abrió mis emociones, sino también mis sentidos. Me enseñó a percibir el mundo con una agudeza renovada, a dejar que la belleza y el dolor me rozaran con la misma intensidad. Sentir se convirtió en un acto revolucionario, una afirmación de que estoy viva y presente, sin condiciones ni restricciones.
La sensibilidad, esa capacidad de emocionarse ante lo diminuto y lo inmenso, ante el murmullo de un pensamiento o el rugido de una pérdida, me reveló que lo humano no reside en nuestra fortaleza aparente, sino en nuestra disposición a ser con-movidxs. Es a través de esa apertura que conectamos con lo esencial, con lo que nos une y, paradójicamente, con lo que nos hace únicxs. Así comprendí que la vulnerabilidad y la sensibilidad no son opuestas a la fortaleza, sino que son sus raíces más profundas. Porque, al final, sentir no nos debilita: nos hace infinitamente más humanxs.
El miedo como una herramienta.
Algo en mi cambió. Comencé a integrar el miedo no como una barrera, sino como una herramienta. De pronto, lo que antes me paralizaba comenzó a conmoverme hasta el alma. ¿Por qué temerle al miedo? Lo que antes era un enemigo a evitar, ahora se transformaba en unx aliadx a explorar.
Este giro más que un cambio de perspectiva, fue un cambio de curso. Antes, habría abordado mis procesos de manera más invasiva, sin cuestionarme los impactos. Pero ahora, mi rumbo es diferente. Es como estar al mando de una nave con un control automatizado: el lema de "el fin justifica los medios" ya no tiene sentido. Hoy, ya no me dejo llevar ciegamente por esa ruta. ¿Por qué? Porque entendí que el fin no lo es todo. Lo importante es el camino: el proceso, el cómo me adentro en el proceso, cómo me conecto con lo que emerge de mí, con lo que siento.
Incluso los momentos más oscuros, como los ataques de ansiedad que a veces aparecen sin previo aviso, dejaron de ser monstruos a temer. En lugar de reprimirlos o tratar de huir de ellos, empecé a verlos como olas que, aunque intensas y abrumadoras, forman parte del mismo mar que navego. Son una señal de que algo dentro de mí está pidiendo ser escuchado, un recordatorio de la importancia de la conexión interna, de no apartarme de lo que siento, por más incómodo que sea. No son el fin de un proceso, sino un paso más en el camino, un recordatorio de mi humanidad en su forma más cruda, más real.
Este insight fue revelador. Ya no me juzgo por lo que recorrí, pero ahora reconozco que lo que más resonaba en mí ya no tenía lugar en mi vida. Lo que antes parecía una verdad inquebrantable, se ha desmoronado frente a mis propios ojos. Hoy, me encuentro con algo que hace tiempo ya había empezado a integrar: mi vulnerabilidad es ahora un acto de coraje, no de debilidad. La vulnerabilidad no es fragilidad, sino la clave para conectarme con mis emociones, mis miedos y, en última instancia, conmigo misma y consecuentemente, con lxs demás. En esta aceptación, también encuentro mi fortaleza: la capacidad de ser vista tal como soy, sin máscaras ni barreras.
Vulnerabilidad, Falso Self y Microdosis: La Desaparición de la Máscara.
Cuando comencé a explorar mi vulnerabilidad, lo hice sin una comprensión clara de lo que realmente implicaba. Había escuchado sobre la vulnerabilidad como un acto de coraje, como una puerta hacia la autenticidad, pero nunca imaginé cuán profundamente transformaría mi percepción de mí misma, ni cómo afectaría mis relaciones con lxs demás. Este viaje hacia lo más profundo de mi ser comenzó con una revelación desconcertante: lo que creía que era yo, no lo era, al menos no del todo. Durante años, me había identificado con una versión de mí misma que se sostenía a través de la imagen que proyectaba al mundo, un falso self que, aunque adaptativo y funcional, me mantenía al margen de mi verdadero ser. Esta construcción, que había servido como una coraza protectora, terminó siendo más una cárcel que una fortaleza.
Lo más curioso es que, al vivir detrás de esta máscara, no solo me distanciaba de mi verdadera esencia, sino también de los demás. El falso self, que había sido mi escudo ante el dolor, también se convirtió en un muro entre yo y las personas que más amaba. Pensaba que la conexión con los demás dependía de esa imagen perfecta, de una versión idealizada de mí misma, una que nunca se atrevía a mostrarse vulnerable, temerosa de ser rechazada. En mi afán de encajar, de ser aceptada y querida, me olvidé de la naturaleza genuina de las relaciones humanas: la vulnerabilidad compartida, el espacio en el que el verdadero ser puede encontrarse y conectarse con el otro.
Miedo y fortaleza.
Al principio, el camino hacia la vulnerabilidad fue aterrador. Sentí que al mostrarme tal como soy, sin las capas de protección, perdería la posibilidad de ser amada, de ser aceptada. Creía que mi valor residía en las fachadas que creaba, en las expectativas que los demás tenían sobre mí. Sin embargo, a medida que me adentraba más en mi vulnerabilidad, comencé a entender que, al igual que yo, los demás también cargaban con sus propias máscaras, sus propios miedos e inseguridades. Y que, cuando compartimos nuestra fragilidad, es cuando realmente podemos tocar a lx otrx, cuando nos reconocemos en nuestra humanidad compartida.
Este proceso de descubrir mi vulnerabilidad no solo transformó mi relación conmigo misma, sino que también reconfiguró mis vínculos con lxs demás. Al dejar caer la máscara, descubrí que, lejos de perderme, encontraba una forma más profunda de conexión. Empecé a permitirme ser vista en mi total condición humana, y fue entonces cuando lxs demás también comenzaron a mostrar quiénes eran realmente. Ya no se trataba de cumplir con expectativas o mantener una imagen perfecta ante lxs otrxs, sino de ofrecerme tal como soy, con mis sombras y luces, y recibir lo mismo a cambio. La vulnerabilidad no solo fue un acto de coraje hacia mí, sino un acto de generosidad hacia lxs demás.
Al soltar la imagen de mí misma que había proyectado durante tanto tiempo, creé el espacio para relaciones más auténticas, donde la verdad, en su complejidad y contradicción, podía florecer. Ya no temía a las imperfecciones, tanto en mí como en los demás, porque comprendí que esa era la esencia misma de la conexión humana: el reconocimiento mutuo de nuestra fragilidad, nuestra capacidad de ser imperfectos y aún así valiosos, de ser vulnerables y, aún así, profundamente fuertes.
En este proceso, me di cuenta de que las relaciones más significativas no nacen de una fachada perfecta, sino de la aceptación incondicional de quien realmente somos, sin miedo a mostrarnos en nuestra totalidad. Y ese fue el mayor regalo de este viaje: descubrir que solo cuando me permití ser vulnerable, sin miedo a perder, fue cuando realmente comencé a encontrarme a mí misma y a lxs demás. Solo cuando me despojé de las capas que me separaban, fue cuando pude conectar de verdad…
Continúa en 3/3
¿Encontraste resonancia en este relato? ¿Tuviste experiencia con microdósis? ¿Sentis que la vulnerabilidad es una habilidad esencial para madurar psicológicamente?
Unite en esta conversación develadora hacia una comprensión más profunda!