El rol de las microdosis en la terapéutica del futuro
Una revolución silenciosa en la salud mental y el bienestar psicosocial
Más allá de los efectos individuales, la microdosis puede ser una herramienta para responder a la crisis de sentido que vivimos en la era digital, promoviendo un cambio cultural profundo. ¿Qué implica esto para el bienestar colectivo? ¿Cómo acompañar esta transformación con ética y conocimiento? En esta entrada, exploraremos desde la ciencia, la antropología y la perspectiva clínica, el potencial real de la microdosificación como una práctica emergente y cada vez más relevante.
Durante los últimos años, la práctica de la microdosificación —el uso de dosis sub-perceptuales de psicodélicos como la psilocibina o el LSD— ha dejado de ser un fenómeno marginal para instalarse en el centro de un debate cada vez más amplio. Lejos de limitarse a los efectos neurobiológicos de estas sustancias, lo que está en juego con las microdosis es una pregunta mucho más profunda: ¿qué lugar tienen a nivel socio cultural en una época marcada por la desconexión, la automatización y el vacío de sentido?
Algunos datos actuales
El interés y el uso de microdosis de psicodélicos ha experimentado un crecimiento significativo en los últimos años. Según un informe de 2023 elaborado por la revista DoubleBlind, el mercado global de psicodélicos, que incluye la microdosificación, se proyecta que alcanzará un valor de alrededor de $2.27 mil millones USD para 2027, creciendo a una tasa compuesta anual del 16.5% desde 2022.
Desde 2018 a la fecha se estima un crecimiento de entre el 30% y 50% en búsquedas relacionadas con el término microdosis en Google. Estudios como el de la agencia estadounidense de análisis de tendencias, Happiness & Well-being Trends, indican que aproximadamente el 20-25% de adultos en países como Estados Unidos, Canadá y algunas naciones europeas han probado microdosis al menos una vez, y un porcentaje creciente, que oscila entre el 10-15%, mantiene una práctica regular. La mayor aceptación se observa entre jóvenes adultos (de 18 a 35 años), profesionales y personas en busca de alternativas a la terapia convencional.
En algunos países de latinoamérica como Chile, Argentina y Uruguay, el interés ha ido en aumento, impulsado por movimientos culturales y científicos, aunque todavía en fases iniciales debido a restricciones legales. Sin embargo, la tendencia global apunta a una expansión constante, impulsada por la difusión de la evidencia científica, el interés en el bienestar mental y la aceptación social en aumento.
Un estudio impactante
En 2024, la prestigiosa revista Nature publicó una revisión sistemática y meta análisis bajo el título de Microdosificación de psicodélicos para la salud mental. En la misma se relevaron 23 estudios previos y estos son algunos de los hallazgos clave:
Resultados: Las microdosis mostraron mejorías en:
Depresión
Ansiedad (efectos más pronunciados en personas con síntomas clínicos)
Bienestar subjetivo (especialmente en entornos controlados)
Neuroplasticidad: lo que la ciencia está revelando
Estudios recientes como el de Vargas et al. (2023), publicado en la prestigiosa revista Science, muestran que los psicodélicos promueven neuroplasticidad estructural y funcional a través de la activación intracelular de los receptores 5-HT2A. Este mecanismo tiene el potencial de generar nuevas conexiones sinápticas, flexibilizar patrones mentales rígidos y facilitar el acceso a información emocional encapsulada.
En el marco del modelo REBUS (Carhart-Harris & Friston, 2019), se propone que estas sustancias suavizan las jerarquías cognitivas dominantes, permitiendo una mayor exploración del repertorio interno. Aun en microdosis, estas modificaciones parecen traducirse en mejoras en el estado de ánimo, la creatividad, la autorregulación y un sentido de conexión más amplio con la vida y el proceso de construcción de sentido.
Más allá del síntoma: microdosis como catalizador de sentido
El trabajo de Petranker, Kim y Anderson (2020) abre un horizonte novedoso. En su análisis cualitativo de experiencias con microdosis, identifican dos grandes relatos que atraviesan a los usuarios. Por un lado, una narrativa clínica, donde la práctica aparece como estrategia de autorregulación frente a condiciones como la depresión, la ansiedad o el dolor crónico.
Por otro, una narrativa de florecimiento, en la que las personas buscan expandir su creatividad, mejorar en cuanto a productividad y también profundizar su vínculo con la vida con sus pares significativos.
Sorprendentemente, muchas personas comienzan por motivos funcionales y terminan experimentando beneficios existenciales: mayor autocompasión, apertura emocional, aceptación, e incluso un renovado sentido de dirección vital. En palabras del Dr. Max Wolff, “estos efectos pueden entenderse como un fortalecimiento de la flexibilidad psicológica: la capacidad de responder con apertura y presencia a los desafíos de la vida, en vez de reaccionar automáticamente desde la evitación o el control”.
Dimensiones sociales y antropológicas
El fenómeno de la microdosis no puede comprenderse únicamente desde la biología o la psiquiatría. Como sostienen Hartogsohn (2016, 2018) y Vervaeke & Miscevic (2017), hay una creciente atracción hacia los psicodélicos que está íntimamente ligada a lo que se ha llamado la crisis contemporánea de sentido.
Vivimos en una época de hiperconexión tecnológica y desconexión emocional. La disolución de comunidades religiosas, la fragmentación de la vida familiar y el avance de modelos de productividad individualista han erosionado muchos de los marcos tradicionales para construir propósito. En ese contexto, el uso de psicodélicos, incluso en microdosis, puede ser leído como un acto de búsqueda espiritual, de resignificación existencial y de resistencia cultural, como sostiene J. Fadiman, uno de los pioneros en la investigación sobre las microdosis.
La antropología nos recuerda que el uso ritual de plantas enteógenas en culturas tradicionales nunca fue meramente farmacológico: era una práctica comunal, guiada, cargada de simbolismo. En nuestras sociedades modernas, donde el consumo está muchas veces desvinculado del cuidado, aparece el riesgo de que la microdosis se transforme en una estrategia de autooptimización más —una versión natural del “Adderall para adultos”— trivializando el verdadero potencial salugénico y trascendente que encierran.
Un umbral ético y colectivo
Frente a este panorama, el uso de microdosis no debería abordarse como un recurso individual aislado, sino como una práctica muy potente, que requiere intención, contención y un marco ético sostenido en evidencia científica para volverse una herramienta que transforme fehacientemente la terapéutica del futuro. Su poder radica no solo en lo que puede cambiar dentro del cerebro, sino en lo que habilita más allá de la circunferencia de la individualidad: conversaciones más abiertas y comprometidas, vínculos más sensibles y reales, decisiones más coherentes y un diálogo con la realidad desde una perspectiva menos mediatizada por los pre conceptos y más arraigada en la contemplación y la compasión.
Quizá las microdosis no llegaron a volverse tan populares solo por los fines de auto optimización o mejoría en el rendimiento cognitivo. Es probable, que las mejoras cualitativas y sustanciales que pueda producir a nivel individual, también puedan expresarse a nivel colectivo ayudándonos a afrontar de mejor manera la innumerable cantidad de desafíos que un mundo en crisis (oportunidad y peligro) requiere para visionar un futuro sostenible y definitivamente más amable.
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"No se trata de 'mejorar individuos', sino de tejer una red de mentes más flexibles, corazones más abiertos y acciones más coherentes en un mundo que clama por sentido." — Inspirado en J. Fadiman