Navidad visionaria: una narrativa distinta.
¿Por qué algunas drogas sí y otras no? Cuestionando prácticas culturales de desconección en la sociedad del conocimiento.
Antes de arrancar con esta historia, me gustaría que nos pongamos de acuerdo en algo: el alcohol, el tabaco y la cafeína, sustancias bastante aceptadas socialmente y que casi ningún familiar cuestionaría, son drogas. Que sean legales y haya un consenso social sobre su uso, no implica que sean menos peligrosas que otras sustancias (de hecho, todo lo contrario, mirá este artículo científico).
23:20, 24 de diciembre
La mesa está servida, pero esta vez algo es diferente. No hay sidra ni pan dulce. Sorprendentemente no hay nada de alcohol en la casa y la comida fue muy liviana. En vez de preparar la mesa dulce con chocolates y mantecol, mis tíos empiezan a llenar los bowls con frutas, caramelos y chicles. Traen botellas de agua, Gatorade y Cepita. “¿Y la sidra, tía?" pregunto yo, pero mi abuela me interrumpe levantando una bandeja con una sonrisa cómplice y me dice: “¿vos estás loquita?, ¿estás pidiendo alcohol?”. Acto seguido empieza a repartir un cartón de LSD25 de 150ug para cada uno. Nadie se niega, todos estamos cómodos con la situación. Decidimos hacerlo sublingual, al mismo tiempo. No sentimos sabor metálico ni se nos duerme la lengua; es que sí, mi abuela tiene muy buenos contactos.
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Ahora la casa parece un cuadro de Dalí: las dimensiones se alteran, las luces se transforman en cascadas de colores, y las palabras se estiran en el tiempo. De atrás de un árbol súper decorado, sale un viejo de barba blanca vestido de rojo, que dice venir del Polo Norte. Renos voladores con narices rojas, una fábrica de duendes que confecciona regalos, ¡más lisérgico imposible!.
Colores que se intensifican, risas que se entrelazan en un tiempo que pasa más lento, el olor de la música, el sabor de los colores, paredes que respiran, fractales que inundan nuestra visual al cerrar los ojos, la sensación de un todo. ¿Qué pasaría si en vez de alcohol, en las fiestas se tomara LSD?
Esta pregunta no sólo desafía el paradigma legal, sino también las narrativas culturales que durante décadas han moldeado nuestra percepción colectiva sobre las drogas (palabra de baja resolución si las hay). En casi todas las mesas familiares navideñas de nuestro país hay alcohol, por supuesto, pero ¿en cuántas hay LSD? La realidad nos encuentra en un escenario en el que, a pesar de transitar tiempos de liberación social, apertura y empoderamiento, siguen habiendo clósets de los que aún es complicado salir.
La Dietilamida de Ácido Lisérgico, más conocida como LSD, es una droga psicodélica que altera la percepción usual (para no usar la palabra “realidad”, porque ¿qué es la realidad, no?) con un perfil de riesgo desproporcionadamente menor (tanto para el usuario como para la sociedad) que nuestro viejo y depresor conocido amigo, el alcohol, quien disminuye la actividad en zonas encargadas del juicio y el autocontrol, haciéndonos tomar malas decisiones (no hablo sólo de llamar a tu ex), volviéndonos más proclives a los accidentes y a situaciones de violencia y peligro.
Pero, si la ciencia ya ha desmentido todo lo que la mala prensa le ha injuriado al regalo de nuestro querido Albert Hofmann, ¿por qué sigue siendo tan estigmatizada y prohibida? Lamentablemente seguimos arrastrando prejuicios y prohibiciones del siglo pasado. Mientras la ciencia avanza y la experiencia de muchos usuarios alza su voz, las leyes parecen quedarse atrapadas en un contexto totalmente anacrónico.
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Estamos todxs tirados en el pasto del patio, mirando el cielo. Es una locura la cantidad de estrellas que veo. Flasheo que bailan al ritmo de la música que estamos escuchando. Mi papá dice que siente el color azul. Mi tía confiesa que se siente una con la tierra. La música flota en el aire, conectándonos de formas que nunca creímos posibles. Por un momento, la idea de una mesa familiar llena de alcohol, comentarios incómodos y discusiones políticas se siente tan lejana e infinitamente intrascendente en comparación.
Siempre lo mismo: suele hacerse uso de los psicodélicos en ciertos ambientes y lejos de miradas inquisitivas. Por lo general, la carga del “qué dirán” obliga a poner un velo, como si el acto de explorar la conciencia y la percepción fuera algo que está mal. Pero, ¿por qué?.
La clave está en la narrativa: la sociedad sigue asociando este tipo de experiencias a ideas de irresponsabilidad, marginalidad o peligro, cuando en realidad, bien informadas y contextuadas, pueden ser experiencias transformadoras y profundamente significativas. Además, la prohibición misma supone un riesgo para los ciudadanos: el LSD en nuestro país muchas veces está adulterado, y lo que circula suele llevar el nombre de esta sustancia, pero no lo es. Compuestos como el NBOMe se camuflan en el mercado negro engañando al usuario y exponiendolo a riesgos innecesarios.
En un tiempo con acceso a tanta información basada en evidencias, tal vez el mayor desafío no sea solo replantear los consumos, sino también con quiénes, dónde y de qué modos. ¿Qué pasaría si pudiera modificarse la mirada de la sociedad? ¿Si las experiencias visionarias pudieran ser tratadas menos como un secreto estigmatizante y más como una herramienta poderosa para la conexión y el autoconocimiento, con el respeto y la responsabilidad que merecen, liberándonos del juicio y el estigma, catalizando valiosos procesos personales y sociales?.
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Ahora estamos en el living, sentados en ronda. Mi abuela nos mira y dice: “hace años no sentía esto... como si todo tuviera sentido”. Y por primera vez, ninguno de nosotros responde con palabras vacías. Las miradas lo dicen todo.
Las luces del árbol empiezan a parpadear suavemente, como si comenzaran a despedirnos de un viaje que, aunque termine hoy, ya nos cambió para siempre.
¿Vos cómo te imaginas una perfecta navidad psicodélica?